Las piezas de la autoestima que pueden ayudarte a completar el puzzle

Las piezas de la autoestima que pueden ayudarte a completar el puzzle

Cuando era una niña, creía que la identidad se heredaba genéticamente de forma inamovible y que la falta de autoestima era una cuestión de identidad. Uno de esos defectillos que «te tocan» y contra el que luchas mientras te niegas a ti mismo.

Afortunadamente ahora sé que la identidad es algo mucho más profundo de lo que creía por entonces y también que el concepto que uno tiene de sí mismo está íntimamente relacionado con sus creencias, dos temas (creencias e identidad) que considero indisolubles e imprescindibles a la hora de afrontar un trabajo personal de mejora de la autoestima de forma estable y duradera.

Pero hay algo más. En mi trabajo personal con la autoestima, descubrí que existía un tercer pilar sin el cual las dos bases anteriores no acababan de afirmaciones para dormir autoestima y bienestarfijarse, y ese pilar era la aceptación de uno mismo como una dualidad (yo soy lo bueno y lo malo que hay en mí, etc.). Sin esa aceptación, todo lo demás se hacía inútil a largo plazo y el conflicto permanecía.

Muchas personas creen que la autoestima es causada, exclusivamente, por un agente externo a ellos, como podrían ser una pareja o un jefe exigente. Sí, el entorno puede afectar a nuestro autoconcepto (por ejemplo, si crecemos en un pueblo muy pequeño, podríamos habernos identificado con el concepto «bicho raro», por no ser como la mayoría), pero cambiar esos agentes externos (por ejemplo, mudándonos a una gran ciudad) no modificará necesariamente la autoestima a largo plazo si descuidamos la aceptación, las creencias y el concepto de identidad.

La aceptación de uno mismo

Mirarse al espejo desde una visión positivista, que dulcifica lo que somos y niega nuestros aspectos negativos, puede funcionar superficialmente durante un tiempo, pero los años se encargarán de recordarnos que hemos también de aprender a amar lo que no nos gusta de nosotros mismos, aceptando con humildad que no somos solo lo que queremos ser, sino también lo que no queremos ver y que, curiosamente, sí vemos en los demás…

Es decir, una autoestima sana no implica confiar exclusivamente en mis cualidades positivas, llegando a pensar que siempre estoy en lo cierto o que soy «lo mejor que existe», pues eso sería igual a convertirse en un narcisista o en un ególatra que no reconoce sus rasgos negativos (sobreestimación). Aceptarse es consentir la imperfección y hacernos responsables de lo que somos como un todo y desde el respeto.

Es un trabajo difícil, lento si hemos vivido negándonos durante demasiado tiempo, reprimiendo aquello que considerábamos «feo» o «defectuoso», buscando una perfección imposible. Y podría parecer incluso más difícil cuando partimos de la subestimación (tampoco valoro lo positivo que hay en mí), pero se hace esencial para continuar el camino con alegría.

Relación entre identidad y creencias

Identidad y creencias están íntimamente relacionadas pues, habitualmente, generalizamos creencias limitantes (por ejemplo, «todo me sale mal») que acaban afectando a nuestro autoconcepto («soy un desastre»), cuando lo que realmente describen son comportamientos puntuales («se me ha caído el café sobre los papeles», «me he olvidado las llaves dentro del coche», etc.) que nada tienen que ver con lo que somos en esencia.

El concepto de identidad puede resultar tremendamente confuso para algunas personas en algún momento de su vida, para otros se asocia a las expectativas (lo que otros esperan de mí, lo que yo había idealizado de mi vida), al trabajo, a la religión e incluso al comportamiento. Para mí es algo mucho más profundo que responde a la pregunta «¿quién soy?».

Poner límites

Antes de concluir, me gustaría hacer una mención al derecho a poner límites como potenciador de una autoestima sana. Aunque no creo que se trate de un pilar independiente a las creencias limitantes, pues la ausencia de límites suele estar relacionada con creencias como «si me permito ser yo mismo, no me querrán» o «si doy más de lo que me hace sentir cómodo, me aceptarán».

En nuestra sociedad, particularmente en el ámbito laboral, la extralimitación se interpreta como una «creencia trampa». Es decir, inicialmente parece algo positivo, lo «correcto», lo que «tenemos» que hacer… pero se convierte en tremendamente limitante al requerir que las necesidades e intereses personales pasen a un segundo plano en pro de los intereses de los demás.

Los límites son imprescindibles para el bienestar y la autoestima, también en el trabajo.

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