Permite que tus hijos reaccionen con enfado, tristeza o miedo y aprende de ellos

Muchos adultos tomamos conciencia, en algún momento de crecimiento, de haber reprimido nuestras emociones durante la práctica totalidad de nuestras vidas y, de repente, descubrimos cómo esas emociones reprimidas se han quedado «atrapadas» en nuestro comportamiento, incluso en nuestro cuerpo.
A pesar de lo anterior, seguimos alentando a nuestros hijos a que repriman sus emociones, asociando el concepto «reaccionar» con un comportamiento que han de evitar, porque expresar miedo, enfado o tristeza automáticamente, en el mundo de los adultos que han reprimido sus emociones durante demasiado tiempo, es habitualmente limitante, pero no así en el mundo de los niños.
La rabia o enfado, la tristeza, el miedo, incluso la felicidad, cuando se viven en el aquí-ahora, el espacio-tiempo en el que se mueven los niños de forma habitual, tienen un motivo de ser, es decir, surgen para ayudarnos a solucionar problemas inmediatos, para dirigirnos a realizar una acción concreta de forma automática y en un breve espacio de tiempo. Después de cumplir su función, desaparecen.
Si nos enfrentamos a una amenaza, el miedo nos permitirá quedarnos inmóviles, defendernos o salir volando. Si algo o alguien se cuela en nuestros límites o nos enfrentamos a una barrera que nos impide alcanzar nuestro objetivo, el enfado nos permitirá superar la barrera e incluso el miedo primitivo a la incertidumbre. Si sufrimos una pérdida, sentiremos tristeza, para que nos despidamos y soltemos lo que se ha marchado.
No son sentimientos negativos, sino que tienen una intención positiva en su naturaleza productiva, que es la de ayudarnos a solucionar problemas reales.
La emoción del aquí-ahora forma parte de un proceso que se inicia con un estímulo, que puede ser del mundo exterior o interior. Una vez el estímulo se traduce internamente, se forma un pensamiento, un estado corporal o fisiológico y una emoción que quiere ayudarnos a tomar una decisión y a actuar de una forma concreta. Se trata de una reacción puramente biológica que nos permite adaptarnos al medio, tiene un motivo de ser en tiempo real y forma parte de la vida.
Por ejemplo, si siento miedo auténtico (porque hay un peligro real frente a mí), esa emoción me estimulará para que la exprese con un comportamiento concreto. Podría estar cruzando la calle y ver aparecer un coche de la nada a toda velocidad (estímulo), pensar que podría pillarme (pensamiento), sentir miedo (emoción) y ponerme a correr (la reacción resultante de permitirme expresar el miedo). Es una respuesta biológica.
Si en la cola del cine una persona adulta empuja a un niño y se cuela en su lugar, un niño que no se encuentre reprimido, sentirá enfado de forma natural. Si, por ejemplo, ese enfado le lleva a dar con la mano en la pierna a la persona que se cuela, estará cuidando de sí mismo, de sus límites, reaccionando de forma coherente a su enfado (la respuesta biológica).
Pero si la madre, que se ha educado en complacencia y «hay que aparentar que…», reprime al niño por su comportamiento, justificará que la persona se cuele «en su espacio». El niño aprenderá así que expresar límites es malo y que los deseos de los demás han de ir siempre antes que sus límites 🤷♀️, descubriendo la maravilla de las emociones parásitas, es decir, aquellas que bloquean sus respuestas biológicas y que no le sirven para conseguir un resultado óptimo en el aquí-ahora, sino para evitar un castigo o ser premiado por «buen» comportamiento.
La respuesta social que imitará de mamá será una falsa sonrisa de «felicidad» que llevará a su vida adulta cada vez que alguien se cuele en su zona personal, una felicidad que no será más que la muestra de la represión de la cólera aprendida de la madre, con la que estará suprimiendo la consciencia de sus propias necesidades.
Estoy segura de que lo habrás visto en numerosas ocasiones, aunque no siempre seas capaz de identificarlo en ti mismo. Existen personas que muestran una emoción totalmente distinta a lo que el momento presente requeriría y lo hacen de forma habitualmente inconsciente, es decir, ni se dan cuenta del sentimiento real que están reprimiendo en el proceso. Podría ser alguien que llora de «tristeza» cuando esperarías que mostrase enfado, alguien que se «enfada» cuando la tristeza sería la emoción más apropiada, alguien que siente «miedo» de forma constante, sin importar lo que esté pasando, o alguien que se ríe, de repente, cuando habla de asuntos dolorosos o que dan miedo.
Por ejemplo, si un coche se acerca a mí a toda velocidad y siento miedo al verlo, podría decirme a mí misma que no puedo expresar el miedo (porque así lo he asumido de pequeño), bloquearlo y seguir caminando con enfado mientras espero que el coche frene en seco o que pase lo que tenga que pasar. El tremendo enfado que tendré con el coche, cubrirá el miedo que no me permito sentir y esa otra emoción no será «auténtica», sino «parásita» o fruto de la represión de la primera. Además estará potenciada por un nuevo pensamiento improductivo como “la gente conduce fatal” o similar, que servirá de nuevo estímulo para generar un bucle de malestar infinito con nuevas emociones innecesarias producto de pensamientos improductivos alrededor de la emoción parásita inicial…
Ocurre tan frecuentemente que ya ni nos damos cuenta de ello, pero los adultos usamos emociones fuera del contexto apropiado para no permitirnos sentir lo que deberíamos estar sintiendo… y, por ello, asociamos «reaccionar» con algo bloqueante y lo reprimimos en nuestros hijos. ¡No estamos reaccionando con emociones auténticas!
Y también podría ocurrir que vivamos una reacción infinita a una situación ya pasada. Por ejemplo, vivo en enfado continuo porque mis padres me abandonaron de pequeño y mis abuelos me enseñaron a reprimir el miedo del abandono. En este caso, no solo estaré viviendo la emoción parásita (el enfado cubre el miedo que no me he permitido sentir jamás), sino también reaccionando a algo pasado, que no puedo cambiar, por eso la emoción es improductiva.
Cuando bloqueamos las emociones auténticas sin dejarlas fluir, no solo las cubrimos con otras que nada aportan en positivo, sino que, además, esa energía emocional reprimida, la de la emoción encubierta que no ha podido completar su misión de ser utilizada para la reacción necesaria, ha de salir por algún lado. Algunos autores hablan aquí de «quistes energéticos» en nuestro organismo que podrían derivar en enfermedades u otro tipo de «desórdenes» (tensión muscular, incomodidad física, cansancio prolongado, etc.).
¿Cómo salir de este círculo vicioso?
Te ayudará saber que, detrás de cualquier emoción «extrema», que se encuentre fuera del contexto apropiado o que te haga sentir que «algo» no fluye, habrá otra emoción que has reprimido cuando eras pequeño. Si tienes duda, puedes preguntarte: ¿me ayuda esta emoción a conseguir un resultado óptimo en el aquí-ahora?
No tienes que jugar a Sherlock Holmes, solo observarte y permitirte sentir las emociones en tiempo real, de forma consciente y adaptada al contexto.
Si chillamos al conductor del coche que ha estado apunto de atropellarnos, ¿esa emoción nos habrá ayudado a solucionar un problema?, ¿y si nos lanzamos, dando saltitos, a abrazar a un león en el medio de la jungla, sería útil nuestra alegría?
Suelta la creencia de que la espontaneidad es mala y permítete sentir de dentro hacia afuera y no desde lo que puedan pensar los demás. La gente que te rodea no desaparecerá solo porque te sientas de un cierto modo o te expreses de forma auténtica y, si lo hacen, tu entorno será más sano.
Y, lo más importante de todo, si tienes hijos, observa los comportamientos que has imitado en tu infancia y que ahora trasladas a tus hijos, para darles la oportunidad de que aprendan (y tú reaprendas) a vivir sus propias emociones en tiempo real y a utilizarlas a su favor. Ya has visto que no hay nada malo en sentir enfado, tristeza o miedo, ¿por qué deberían crecer ellos creyendo que no han de sentir esas emociones?

Hola, me llamo Lorena y soy la creadora de Masvalebuenoporconocer.com donde encontrarás recursos que te ayudarán a identificar para mejorar tu experiencia de vida y los resultados que obtienes en esta mientras sigues creciendo.
Espero que mi contenido te inspire a sentirte feliz con lo que haces y a hacer mucho de aquello con lo que te sientes feliz. Y si quieres apoyar mi proyecto, puedes invitarme a un café haciendo click aquí. Hasta la próxima, querido lector.