Así se forma el “Google Maps” del mundo exterior que vive en el interior de tu cerebro

Así se forma el “Google Maps” del mundo exterior que vive en el interior de tu cerebro

Continuando con el modelo de comunicación humana relatado en el artículo “Entendiendo cómo nos comunicamos entenderás por qué se complican las relaciones, incluso contigo mismo” (te recomiendo leerlo antes de continuar), digamos que, de forma metafórica, cada uno de nosotros posee un conjunto de mapas mentales del terreno por el que se mueve creados a lo largo de la vida, unos mapas a los que recurre en función del contexto para decidir cómo actuar ante cada estímulo concreto y que, por tanto, se convierten en la piedra angular de nuestra comunicación, pues determinan nuestras respuestas y el conjunto de resultados que obtengamos de esas respuestas.

Cómo se crean los mapas mentales

Los mapas mentales se forman como respuesta a la pregunta “¿a qué he elegido prestar atención de la realidad, de forma consciente o inconsciente, a lo largo de mi vida?” y se actualizan como respuesta a la pregunta “¿puedo prestar atención a nuevos estímulos que estaba ignorando hasta ahora?”.

Para responder a la primera pregunta, sometemos la realidad a los siguientes filtros perceptuales:

  1. los sentidos del ser humano reducen la información del mundo para que nuestro sistema nervioso no se colapse. Se trata de límites comunes a toda la especie, pero cada individuo tendrá, además, un sentido predominante y otras particularidades sensoriales,
  2. los filtros compartidos socioculturalmente, como el idioma materno, las tradiciones, la idea de “buena y mala” educación y, en general, todo tipo de influencias del entorno y de los grupos a los que pertenezcamos,
  3. y, finalmente, los filtros de interés individuales, muy influenciados por la historia personal o experiencias pasadas (figuras paternales, creencias, estilo de educación, traumas, etc.).

Son los puntos 2 y 3 los que hacen que nuestros mapas se encuentren gobernados por reglas y suposiciones del mundo que, para muchos, son inamovibles, sintiéndose incapaces de mirar hacia cualquier opción alternativa y salir de esa especie de caja estructurada en la que se ha convertido su experiencia.

Con los filtros de la información a mano, “editamos” esa realidad con tres procesos de creación de mapas: generalización, eliminación y distorsión. Esta edición es transparente en nuestro lenguaje:

  1. Generalización: resumimos una gran cantidad de detalles en algo global. Una generalización negativa podría ser “todos los hombres que conozco se olvidan de las fechas importantes” (¿todos?).
  2. Eliminación: eliminamos cosas de la realidad. Por ejemplo, la frase “estoy enfadada” indicaría que decido priorizar mi estado sobre el motivo de mi enfado (¿he perdido el autobús?, ¿me enfada el cambio climático o el hambre en el mundo?).
  3. Distorsión: cambiamos radicalmente la forma original de algo. Por ejemplo, “tener un negocio propio requiere un montón de dinero” o “me haces muy infeliz”. Asumir que otros pueden hacernos sentir de un cierto modo o que nosotros somos responsables de los estados internos de los demás (“sé que puedo hacerle feliz”), son un tipo muy habitual de distorsión de la realidad.

Se trata de procesos que nos ayudan a manejar grandes cantidades de información de forma lógica y manejable, pero que, como has visto, también reducen las opciones presentes en nuestros mapas.

Cómo limitan los sentidos la realidad

Determinados genéticamente para toda la especie, los sentidos simplifican los estímulos externos para que nuestro sistema nervioso no se colapse y la experiencia no resulte abrumadora, por tanto, limitan la percepción de la realidad de forma natural para todos.

Esto se comprende bien cuando pensamos en la capacidad auditiva de un perro o en la agudeza visual de un águila, notablemente mayores que las de un ser humano, por tanto, la realidad del ser humano nunca será la misma que la de un perro ni que la de un águila, capaces de detectar aspectos de la realidad inalcanzables para nosotros.

Lo anterior ejemplifica que, como premisa, los seres humanos no operamos directamente sobre la realidad, donde existe muchísima más información de la que detectamos a través de nuestra atención selectiva inconsciente.

Además de las limitaciones que compartimos como especie en cuanto a los sentidos, cada ser humano tendrá, de forma general, un sentido predominante a la hora de filtrar la información que hará que, con algunas personas o en ciertos contextos, exista o no entendimiento.

Por ejemplo, si ponemos frente a nosotros un estímulo cualquiera como un árbol, unos se centrarán en los colores de las hojas (visuales), otros en el sonido de sus ramas o de los pájaros (auditivos), hay quien advertirá el olor de sus flores (kinestésicos) y alguno será capaz de fijarse en varios aspectos a la vez.

A todo lo anterior, se añaden las particularidades sensoriales que cada uno posea en sus sentidos predominantes (por ejemplo, ceguera, vista corta, otitis y similares) y la capacidad de cada persona de practicar la conciencia sensorial (agudizar los sentidos) que, en este caso, funcionaría como un filtro potenciador y no limitante.

Cómo limitan los filtros individuales la realidad

Cada hecho, libro, película, relación, pelea, decepción, aprendizaje, frase repetida por nuestros padres, momento de éxito… ha sido escrito en las conexiones de nuestro sistema nervioso y accederemos inconscientemente a esta información, como un ordenador accede a determinados programas para ejecutar tareas específicas, para decidir qué nos resulta agradable, peligroso, etc.

Es por este tipo de filtros tan específicos del individuo, que no existen dos percepciones de la realidad iguales.

“No vemos las cosas como son, las vemos como somos”; Anais Nin.

Cómo limitan los filtros socioculturales la realidad

Los filtros socioculturales son tradiciones, costumbres, creencias compartidas, conductas sociales que dividen el mundo en “lo bueno” y “lo malo”. Por ejemplo, el hecho de que un occidental, por norma general, considere de mala educación ver a alguien escupir en la calle, mientras que un chino lo interprete como algo habitual y totalmente aceptable, sería una respuesta condicionada por sus filtros socioculturales.

Este tipo de filtros son el motivo por el que cuando tratamos con alguien cuya cultura, reglas de etiqueta o lenguaje corporal distan notablemente de las nuestras, inicialmente les rechazamos o tildamos como “raros”, sin saber por qué.

El filtro más importante de esta categoría es el lenguaje materno, pues la lectura que hacemos del mundo está condicionada por nuestro idioma y se irá ampliando con los lenguajes que aprendamos a manejar a lo largo de nuestra vida. Por ejemplo, la notable diferencia de matices que existe para un español entre “te amo”, “te quiero” e incluso “me encantas”, será vagamente perceptible para un inglés, que simplemente conoce “I love you”. Sin embargo, un inglés que aprenda español, prestará atención a detalles del mundo por los que antes no se interesaba, ampliando su “Google Maps” para siempre.

De hecho, no es necesario pensar en otra lengua, adquirir nuevos términos en nuestro propio idioma, ampliará los matices conscientes y las oportunidades que conseguimos ver en la realidad. Cuanto más rico sea el lenguaje, mayores serán los matices a los que prestemos atención con respecto al mundo y a nosotros mismos.

El lenguaje y los mapas de la realidad

Los mapas mentales son, de hecho, mapas neurolingüísticos, es decir, contienen imágenes, sonidos, olores, sabores y sensaciones internas (“neuro-“), así como lenguaje (“-lingüísticos”), las palabras y significados que asociamos a esas imágenes, sonidos, olores, sabores y sensaciones, ambos al mismo nivel.

Además de palabras y significados individuales, los mapas incluyen también enunciados literales que hemos aceptado de nuestras figuras parentales o entorno como órdenes o verdades absolutas y que se han convertido en conductas que repetimos sin cuestionar, siguiendo una especie de voz interna muy activa (“hay que ayudar a los demás”, “si lloras te rechazarán”, etc.).

El lenguaje juega, por tanto, varios papeles clave en el proceso de comunicación humana. El más conocido es el de servir de estímulo y/o de respuesta a la comunicación, pudiendo ser utilizado para la influencia e incluso la manipulación. El siguiente es el de servir de filtro de información y permitir, como hemos visto, que nos centremos en unos matices u otros de la realidad. El tercero es el de formar parte esencial de nuestros mapas, influyendo directamente en nuestro estado interno, pues el lenguaje acumulado en nuestros mapas resulta la base de cualquier tipo de diálogo interior (o pensamiento), por tanto, influye directamente en nuestras emociones y experiencia.

Finalmente, el lenguaje, como componente clave de nuestros mapas, sirve de espejo de nuestros pensamientos, emociones e intenciones profundas, desvelando nuestros mapas mentales de forma abierta. Por este último papel se hace tan interesante aprender a leer la estructura profunda del lenguaje propio a la hora de autoconocerse y generar cambios positivos.

Hacernos conscientes de lo que decimos y de cómo lo decimos, así como retarlo, resulta de gran importancia para ampliar nuestros mapas mentales si estos nos limitan.

El lenguaje es mi herramienta favorita de cambio y autoconocimiento, por su accesibilidad, pero también podemos actualizar nuestros mapas practicando la conciencia sensorial y corporal, entre otras técnicas como el cambio de creencias.

“Actualizar” aquí significa modificar tu forma de pensar y de sentir, tu forma de percibir el mundo, desarrollando nuevas habilidades y comportamientos efectivos a través de la comunicación consciente. Tu mapa se actualizará en el mismo momento en el que te abras a nuevas posibilidades y dejes de pensar que lo tuyo es la única opción correcta.

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