Lo que esconde la expresión «date prisa» y por qué es importante modificarla a la hora de educar

Lo que esconde la expresión «date prisa» y por qué es importante modificarla a la hora de educar

Los hijos nos imitan y aprenden nuestras creencias limitantes, aquellas que después nos hacen pronunciar jocosamente «¿de quién lo habrá sacado?», «yo no le he educado así». Pero lo cierto es que transmitimos mensajes a nuestros hijos desde bien antes de que el niño utilice sus propias palabras y lo hacemos, en la mayoría de las ocasiones, de forma inconsciente.

Frases aparentemente inocuas como «date prisa, que no llegamos» o «esfuérzate para acabar antes», trasladan conductas y creencias limitantes, normalizando la prisa y el esfuerzo para vivir con prisa a nuestros hijos. Repetidas a diario por padres y otras figuras parentales como abuelos o profesores, se transforman en una norma para la mente del niño sobre lo que se debe o no se debe hacer a la hora de vivir.

«Rápido», «date prisa», «no hay tiempo para…», «corre», «vamos», «no vamos a llegar», «ponte en marcha»…

El adulto que ha crecido en la prisa

El adulto que crece con este tipo de órdenes, no se cuestionará la existencia de alternativas y actuará de forma compulsiva para seguirlas, vivirá en agitación constante y con la sensación cómo establecer objetivosde que no llega a ninguna parte a pesar de los esfuerzos, despriorizando el tiempo para sí mismo, sin prestar atención a los detalles, ofreciendo resultados de baja calidad porque se siente «incapaz» de centrarse en lo que está haciendo en cada momento y, lo que es incluso peor, también siente angustia cuando piensa en la siguiente actividad a realizar.

Un adulto que crece con este tipo de mensajes como norma, sentirá que su vida le agota y que todo va a gran velocidad («¡¿ya es viernes?!»). Dedicará grandes cantidades de energía a tareas sin sentido o que no le llevan a ninguna parte y tendrá dificultad para priorizar lo esencial y para estimar el tiempo y la energía que dedica a cada cosa, ante todo, tendrá dificultad para definir sus propios objetivos, pues se lanzará a la vida sin saber lo que quiere obtener de esta.

Con frases así, no es difícil que ese niño, al que sus agitados padres apremian para finalizar el desayuno, se convierta en un adulto que atosigue a sus propios hijos para que finalicen el desayuno, programando una creencia que sus propios padres programaron previamente en él, pero en una nueva generación.

Todos ellos justificarán que es «necesario» vivir con prisas con todo tipo de excusas («ser puntual está por encima de la alimentación», «hay que sacrificar el bienestar personal por las demandas laborales», «hoy en día, el estrés es lo que toca», «el mundo actual nos empuja a vivir a toda velocidad»…). Las tendrán totalmente integradas e irán corriendo a todas partes para llegar a otro momento, a otro lugar. Su estrés será algo totalmente natural, hasta que alguien corte la cadena.

Alternativa consciente

Existe un antídoto para que esto no ocurra. Tan solo se necesita que al menos uno de los padres lo ponga en práctica conscientemente y elija cambiar su dificultad (sí, es tu angustia, tu estrés, son tus prisas, es tu falta de planificación, etc.) y después le diga a su hijo «tómate tu tiempo hijo».

Con esta frase, el padre dará permiso al niño, que comprenderá que el tiempo presente es lo único que tiene y que el tiempo para sí mismo es bueno.

Servirá de poco cambiar el mensaje verbal si después seguimos estando encima de los hijos, en silencio, mientras se beben la leche, haciéndoles dependientes de nuestra angustia interna para que se la beban… El cambio en el lenguaje ha de ir acompañado, necesariamente, de un cambio de actitud.

La gestión del tiempo con hijos es un gran reto, pero la planificación familiar mejora de forma irremediable cuando tomas una decisión así y, poco a poco, todo se ordena.

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