El “malo conocido” es adictivo, por eso elegimos malvivir

Malvivir es adictivo. No es algo que vayas a poder digerir fácilmente si estás en plena crisis existencial o la vida te ha puesto un gran reto pero, eventualmente y con un poco de trabajo, uno obtiene claridad, especialmente con la distancia oportuna.
El problema es que, cuando los guías espirituales de la actualidad lanzan frases como “el sufrimiento es una opción” o “eres el único responsable del lío en el que te encuentras”, sin más explicación que una imagen de alguien tremendamente feliz, el que está sufriendo y se las encuentra mientras intenta evadirse de su vida, habitualmente con hábitos autodestructivos como el consumo compulsivo de vidas ajenas, no las comprende y se cabrea. Y eso pasa, principalmente, porque uno consigue ver las cosas cuando consigue verlas y no cuando quiere verlas. Mientras tanto, lo hará lo mejor que pueda, lo que suele pasar por culpar “hacia afuera”.
Dentro de la experiencia de cada cual (lo que hacemos, lo que nos ocurre, cómo nos sentimos con lo que nos ocurre y con los que nos rodean), sería justo decir que tenemos poco control, a corto plazo, sobre lo que nos ocurre o cómo la gente responde, pero sí tenemos control total sobre lo que hacemos y cómo nos sentimos como resultado de lo que nos pasa, lo cual requiere estar abierto al cambio personal para adquirir nuevas habilidades y también para aprender a gestionar nuestro estado interno. A largo plazo, estos cambios influirán positivamente en lo que nos ocurra y en la respuesta de los otros.
Pero el cambio es incómodo y llama a todos nuestros miedos e inseguridades a actuar. Es tan incómodo que hasta el refranero popular español nos ha hecho el favor de regalarnos la frase que justifica el conformismo y la pasividad ante el sufrimiento, para que evitemos cualquier intento de mejora, en el caso de que se nos ocurra atrevernos a cambiar. «Más vale malo conocido que bueno por conocer», reza. ¿Quién se atrevería a llevarle la contraria a tal muestra de sabiduría popular? Sin embargo, ¿qué sentido tiene? Y, lo más importante, ¿quién elegiría quedarse con algo que le haga daño de por vida y por qué?
En ocasiones, uno no es consciente de su estado sufriente porque lo ha bloqueado, por ejemplo, con emociones como la ira, y con la ira se permite continuar, dando por hecho que forma parte de su personalidad y que, por tanto, es inamovible. Es fascinante la cantidad de veces que los seres humanos negamos la realidad o la justificamos, pensando que algo es imposible cuando lo que realmente sucede es que no sabemos cuál es el siguiente paso que podríamos dar para cambiar esa realidad.
Sea cual sea el estado de abandono de cada cual, en general, elegir el “bueno por conocer” no es imposible, pero tampoco sencillo, por eso se dice aquello de que “es más fácil sufrir que ser feliz” y por eso mucha gente se sigue aferrando al “malo conocido”, aunque esté hasta las narices de su vida.
Pero identificar el “malo conocido”, tal y como muchos interpretan este refrán, no es encontrar un nuevo culpable en terceros y simplemente encargarnos de despreciarle de por vida con la Cofradía del Santo Reproche (que diría Sabina), tampoco lo es querer cambiar de decorado cuando algo va mal y, con suerte, conseguirlo (trabajo, pareja, país, etc.), volviendo a hacernos daño aún con las paredes ya pintadas de un nuevo color (el problema no eran las paredes…).
Identificar el “malo conocido” es aceptar que esa dificultad que se nos presenta, haya tomado la forma que haya tomado, nos está haciendo sufrir para que cambiemos algo que no funciona en nosotros mismos, posiblemente una dinámica inconsciente que nos esté llamando a ser vista. Después de solucionarla, tendremos la opción de elegir de quién nos rodeamos y hasta pintar las paredes de rosa.
Lo sé, asumir la corresponsabilidad de lo que estamos viviendo cuando esto es desagradable, no es nuestro fuerte como seres humanos. Nos encanta señalar con el dedo (modo protección) con tal de evitar mirar en nuestro interior (modo crecimiento), pero lo cierto es que lo que hacemos el 95% del tiempo es inconsciente y, si algo está grabado en nuestra mente inconsciente (“todo me sale mal”, “nadie me quiere”, “debo ser perfecto para ser aceptado”, “no sirvo para…”, “jamás encajaré en ningún lugar”, “es normal que me griten para conseguir algo”, “la gente que nos quiere, nos hace daño”, etc.), lo repetiremos hasta la saciedad porque es lo que conocemos.
Dicho de otro modo, de una forma cuasi-sádica, lo que repetimos y nos hace sufrir nos gusta porque es familiar. Es lo que sabemos hacer y a lo que estamos acostumbrados y continuará de forma irremediable hasta que pasemos a ser conscientes de que nos limita, entonces podremos elegir tomar el control y modificarlo.
La clave para dejar de malvivir, por tanto, se encuentra en la compleja tarea de dejar de asociar el “malo conocido” con algo ajeno a uno, asumiendo su parte de responsabilidad en todo lo que le pasa y mirando, después, hacia el inconsciente con otros ojos. Cada uno de nosotros es el único “bueno por conocer” que te nos abre la mirada hacia muchos otros. Cualquier alternativa, nos mantendrá en avanzado estado de autoengaño.
Conocerse, quererse, poner límites (a los demás y a uno mismo), dejar de reprimir emociones, salir de la burbuja en la que nos aislamos, abandonar el rol de “víctima del universo”, el de la “mala suerte”, soltar el pasado y las heridas, perderse en el intento de encontrarse… requiere constancia, humildad, trabajo duro y también abrirse, por qué no, a nuevas fuentes de información, quizás demasiado metafísicas para algunos en su “cómodo” estado de sufrimiento activo.
Yo tomé la decisión de cambiar lo que no funcionaba para vivir de forma consciente, hasta donde fuese capaz. En definitiva, elegí dejar de malvivir, dejando también las excusas, las expectativas, los premios y a los “culpables” en un cajón. Ese fue mi primer paso (y sigo caminando…).
Uno aprende a malvivir en bucle y de forma acumulativa si no le pone freno, quizás hasta la muerte. Peleándose con el jefe, con la pareja, con los hijos, con los achaques de salud concatenados, en definitiva, con la vida, regalándose después excesos de comida, alcohol, compras innecesarias o compulsivas, expectativas… porque “la vida son dos días”, ¿verdad? Son los “premios” del que malvive los que lo justifican todo.
Así que, si te encuentras malviviendo y has llegado hasta aquí, reconocer que, como adulto, puedes elegir hacerte responsable de tu vida es ahora tu gran paso. Date una oportunidad 💗.
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