Cuando piensas “si lo hago yo solo, no cambiará nada”, te equivocas

Cuando piensas “si lo hago yo solo, no cambiará nada”, te equivocas

Comenzar a reciclar, cambiar de canal, pedir que no te convoquen a reuniones innecesarias… Piensa en las decenas de ocasiones en las que has considerado que necesitabas realizar un cambio positivo en algún ámbito de tu vida y te has quedado como estabas tras excusarte con el popular “si lo hago solo yo, no cambiará nada”.

Ahora podría dedicar una buena cantidad de párrafos al por qué de las excusas a la hora de enfrentarnos al cambio, pero me quedaré con la buena intención que subyace tras el gesto de haber tomado conciencia de que necesitas un cambio y te explicaré científicamente por qué la frase “si lo hago solo yo, no cambiará nada” es incorrecta, pues el trabajo de una sola persona sí es capaz de desencadenar cambios para todos.

Para ello, te hablaré de dos descubrimientos. El primero de ellos se denominó el “efecto del centésimo mono” y conforma una historia tremendamente interesante que nacía en 1953 en la isla de Koshima, Japón, en la que un grupo de científicos observaba la conducta de una colonia de monos para estudiar sus capacidades de aprendizaje.

Un día, los científicos comenzaron a esparcir boniatos (también conocidos como batatas o patatas dulces) por la arena del lugar para ver qué hacían los monos con ellos. Los monos inicialmente los rechazaban hasta que, cierto día, una hembra mono descubrió que podía comer boniatos sin arena si los lavaba con agua del mar, y aquello le gustó, enseñando posteriormente su truco a todos los monos con los que se relacionaba, los cuales se lo fueron mostrando sucesivamente a otros monos.

Entonces se produjo un fenómeno insólito. Cuando el mono número cien había aprendido a lavar boniatos antes de comerlos, todos los monos de la isla, incluso los que no habían estado en contacto con el grupo de aprendizaje, sabían que tenía que lavar los boniatos cubiertos de arena antes de comerlos. Pero, la sorpresa fue más allá, los monos de otras islas lejanas, incluso los monos de otros continentes, ¡también aprendieron a lavar los boniatos antes de comerlos!

Así nació la teoría del centésimo mono, que indica que si una masa crítica desarrolla e integra un nuevo comportamiento, el conocimiento se hará accesible al conjunto de su raza. Así, y llevado al día a día de los seres humanos, cualquiera que trabaje sobre la generación de un nuevo hábito (dejando atrás otro que ha dejado de funcionarle), se sumará a la masa crítica que permitirá al conjunto de su especie acceder a ese cambio. Es decir, se necesita tan solo cien personas dispuestas a cambiar para beneficiar a toda una sociedad.

Por otro lado, para entender cómo se trasladaría esa información entre seres que no se encuentran en contacto y ampliar esta visión de una forma científica, introduciré  un segundo descubrimiento llevado a cabo por el innovador científico Rupert Sheldrake en los 80 (algo que ya prometí en un artículo previo).

Mayormente conocido por su “Teoría de la resonancia mórfica”, Sheldrake es un referente en la “nueva ciencia”, que crea puentes entre ciencia y espiritualidad, impulsando una visión holística de la naturaleza en un área tremendamente tradicional y resistente. Su trabajo así supone una gran aportación al cambio de paradigmas que estamos viviendo (y demandando) y es una parada obligatoria cuando te abres a la visión cuántica de la vida para comprender por qué sucede lo que sucede en el mundo y a cada uno de nosotros en él.

Las evidencias y explicaciones científicas de su trabajo puedes encontrarlas en su web, pues aquí me centraré en los hechos prácticos de lo que implican sus descubrimientos relativos a cómo ciertos fenómenos, biológicos o físicos, pueden extenderse a poblaciones o muestras que no están en contacto con la fuente original.

Sheldrake afirma que existe un proceso de conexión no-material entre cada individuo de la misma especie gracias a una memoria colectiva que no es fija y que determina la evolución de la especie. Así, cada individuo de un grupo se basa en esa memoria colectiva para actuar pero también contribuye a esta con sus aprendizajes y pensamientos.

Por ejemplo, si las ratas de una raza en particular aprenden un nuevo truco en Harvard, entonces las ratas de dicha raza deberían poder aprender el mismo truco más rápido en todo el mundo. Ya hay evidencia de experimentos de laboratorio (ver “Una Nueva Ciencia de la Vida”) de que esto realmente sucede.

“En el siglo XIX alguien en América inventó un paso con rodillos móviles para impedir que el ganado cruzara la carretera y saliera de los campos. Era doloroso para el ganado tratar de cruzar ese paso, pues las pezuñas se le quedaban clavadas entre los rodillos. Es interesante que los terneros que nunca habían visto esos pasos, no intentaban cruzarlos. Al principio lo intentaban, pero ahora ya no. Es como si toda su especie hubiera aprendido que no deben hacerlo.

En los años 50, a un ingenioso granjero americano que conocía este hecho, se le ocurrió un truco: pintar líneas en el camino, como si fueran los rodillos y, sorprendentemente, funcionó igual. Ahora se hace en lugares como Nevada y California. En muchos lugares de América se ahorran millones y millones de dólares pintando líneas. Es curioso cómo se puede ahorrar dinero haciendo que especies enteras de animales domesticados aprendan un nuevo miedo.

Lo anterior es aplicable también a los seres humanos y se puede probar, por ejemplo, con los tests de inteligencia (IQ). Estos tests han permanecido similares desde 1980. Cuando yo estudiaba estas teorías en los años 80 predije que los resultados serían cada vez más altos, no porque la gente se hiciese más inteligente, sino porque habría más gente que ya habría realizado el test. Al final de los años 90 un científico que estudiaba los resultados de estos tests comprobó que, efectivamente, los resultados eran cada vez más altos. Entre los años 80 y los 90, el resultado medio de los tests de inteligencia aumentó en un 30% en los Estados Unidos y algo similar ocurrió en el resto del mundo. No hay evidencias de que la gente se haya vuelto más inteligente, pero sí de que los tests les resultan más sencillos.

Creo que esto es un ejemplo de este principio de la memoria en la naturaleza que yo llamo resonancia mórfica” – Rupert Sheldrake.

Según Rupert Sheldrake, los nuevos patrones de comportamiento pueden propagarse entre los individuos del mismo grupo, no importa la distancia a la que se encuentren, siendo su propagación más rápida cuanto más similar sea ese grupo. Es decir, estamos sintonizados mediante la memoria colectiva con otras personas y, cuanto más parecidos a nosotros sean aquellos con los que estamos conectados, más nos influenciarán y más los influenciaremos (por ejemplo, los miembros del mismo sistema familiar).

Hay mucho, muchísimo más, en el trabajo de Sheldrake, pero hasta aquí me servirá para argumentar la diferencia entre participar en la evolución del universo convirtiéndonos en parte activa del cambio o quedarnos tumbados en el sofá mirando la tele, preguntándonos a dónde vamos a parar como especie mientras nos dejamos atrapar por el miedo colectivo (que también es un campo de resonancia mórfico…).

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