Los juegos de manipulación en los que todos participamos

Cuando uno se abre a la «responsabilidad» de hacerse cargo de su vida, comprendiendo esto como la aceptación de que sus problemas le pertenecen y todo lo presente es fruto de sus propias decisiones, acciones y también de su inacción, por fin está preparado para comprender los «juegos de manipulación» en los que ha participado y, quizás, elegir ponerles fin a los que sigan en pie.
El término, acuñado por Eric Berne, resume una serie de dinámicas disfuncionales de comunicación interpersonal que nos acompañan a lo largo y ancho de nuestro camino vital desde nuestra más tierna infancia, la época en la que adoptamos estos mecanismos para conseguir lo que queríamos del mundo.
Estos juegos unen a un mínimo de dos personas (uno mismo y alguien más) con frustraciones o necesidades insatisfechas complementarias, que se «enganchan» el uno al otro de forma inconsciente hasta que todo acaba mal para ambas partes, definiendo «mal» en una escala muy personal que dependerá del grado de gravedad del juego y que podría ir desde malvivir, vacío, dependencia, insatisfacción, violencia, quizás divorcio, autodestrucción, hasta incluso la muerte.
«Pensamos que nos relacionamos con los demás… pero, en realidad, estamos jugando»; Eric Berne.
El objetivo de un juego de manipulación inconsciente (la manipulación consciente que se utiliza en ventas, algunos medios de comunicación, política y otras transacciones comerciales, no tiene el mismo fin) es el de reforzar, de una forma sádica, la visión negativa que tenemos acerca de nosotros mismos y de los que nos rodean («todos los hombres son iguales», «yo no sirvo para la vida en pareja», etc.). Visto desde otro ángulo, se trata de una forma de pedir atención o afecto de forma negativa o inadecuada pues, en la vida adulta, tenemos otras opciones más eficaces.
¿Con quién jugamos?
Los jugadores son personas con miedo a expresar sus auténticos deseos y sentimientos, es decir, que no saben relacionarse libremente con los demás, pues el riesgo de ser aceptados o rechazados por lo que son les incomoda.
Esta definición bien podría englobar a prácticamente todo individuo sobre la faz de la tierra, pues el crecimiento adulto, como ya decía Berne, consiste en lograr la autonomía gradualmente, llegando a ser uno mismo, espontáneo y libre pero, una gran mayoría, no lo consigue jamás para pasarse la vida jugando.
Es frecuente, por tanto, que todos tengamos una persona en particular con la que entramos en manipulación de forma habitual, ya sea esta una pareja, una madre, una hermana, un jefe, un profesor, etc. Uno de los dos será el encargado de poner un cebo que apunte a sus carencias para que empiece el juego y el otro, habitualmente, picará por la existencia de una debilidad complementaria a las carencias del primero.
Por ejemplo, una madre, cuyos hijos ya tienen familia propia y han dejado el nido, se lamenta de lo sola que se encuentra desde que sus hijos se han independizado, buscando que un tercero se haga cargo de su «problema». El cebo que utiliza para comenzar el juego podría ser «ya nadie me quiere», el cual oculta el mensaje «tengo la necesidad de crecer, pero yo no quiero hacerme responsable de mi independencia. Quiero la vida de mis hijos para mí». La hija pica el cebo, movida por su culpa infantil (su debilidad), pues «no ha crecido», y esa culpa hace que, en contra de su voluntad, reorganice su agenda para pasar los fines de semana con ella.
Asegurando la ausencia de libertad de su hija adulta (mientras quiera jugar), la madre evitará la suya propia, buscando crear dependencia en todo lo que la rodea para que nada ni nadie crezca, pues eso la obligaría a crecer a ella. Esta jugadora sencillamente no quiere aceptar la realidad tal como es.
El juego continúa hasta que la hija, harta de la dependencia de su madre y de los fines de semana de quejas y conflicto, decide que «no puede más». La madre se habrá demostrado entonces que, «efectivamente, nadie me quiere, eso ya lo sabía yo». Y ese era el objetivo del juego.
Todos los iguales psicológicos que participan en un juego de manipulación tienen un papel activo en este. Y esto es muy importante a la hora de tomar conciencia de nuestro rol: el otro no lo hace «peor», la responsabilidad es compartida, pues dos no juegan si uno no quiere. Ambos participamos en la situación.
Cómo saber cuándo estamos jugando
Existen tres papeles básicos en un juego de manipulación, papeles que Stephen Karpman, seguidor de Berne, simplificó en su interesantísimo «triángulo dramático»: salvador, perseguidor y víctima.
La víctima, el salvador y el perseguidor son «falsos». Es decir, en el caso de la víctima, por ejemplo, se trata de una «falsa» víctima porque no está viviendo un caso de discriminación laboral, abusos sexuales ni situación similar, sino jugando el papel «pobre de mí», puede que por haber sido víctima real en el pasado o simplemente porque es su forma de interpretar la vida. Pero, como bien indicó Berne, cuando una víctima ha sido víctima real en el pasado, lo probable es que juegue desde el papel de perseguidor (quiere venganza) y no desde el de víctima.
Si nos reconocemos en alguno de estos roles, sabremos que estamos jugando:
Perseguidor |
Salvador |
Víctima |
Desprecia y menosprecia a otros, a quienes ve como inferiores. El perseguidor extremo creerá que hay quien no tiene derecho a vivir ni a la salud física. | Ve a los demás en una posición de inferioridad y ofrece ayuda desde la superioridad («tengo que ayudar a todos estos que no son lo suficientemente buenos como para ayudarse a ellos mismos»). | La víctima se desvaloriza, se pone ella misma en una posición de inferioridad («no me las puedo arreglar por mí misma»), creyéndose incapaz de pensar, actuar o tomar decisiones por sí misma. Tiene miedo y sufre, porque «todo» le sale mal (trabajo, esfuerzos, peso, salud, familia…), pero no hace «nada» para cambiarlo o hace aquello que perpetúa su rol. |
En el pasado se sintió víctima y bloqueó su dolor. En el juego de manipulación, quiere hacer daño, vengarse de aquel dolor bloqueado, quiere castigar y que alguien pague por su sufrimiento. | En el juego, busca sentirse necesitado y alimentar su imagen de «autobondad» (la mal comprendida «ayuda desinteresada»). | Inconscientemente manipula de forma encubierta para que otro se haga cargo de la situación (salvador) o para que le rechace o desprecie (perseguidor). |
Un perseguidor es una víctima que quiere devolver el daño («alguien tiene que pagar», «ojo por ojo, diente por diente», «te vas a enterar», etc.).
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Para jugar, necesita «víctimas» a su alrededor que sientan que no pueden crecer o desarrollarse por sí mismas («yo lo haré por ti»). Internamente, no disfruta de lo que hace, tampoco de su vida.
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La víctima no asume la responsabilidad de resolver su problema y, para ello, culpabiliza a otros. En este punto, puede cambiar al rol de perseguidor.
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Muestra rabia, desprecio hacia lo que hacen los otros. Busca que los demás se sientan mal.
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El interés por ayudar es una excusa pues, interiormente, solo desea la dependencia y hará apenas lo suficiente para que la dependencia con su víctima continúe el mayor tiempo posible. | Mientras juega, su deseo inconsciente es mantenerse en su estado víctima el mayor tiempo posible.
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El común denominador de los tres roles es que, detrás de todos ellos hay una actitud que ve el mundo como imperfecto y que hay que mejorarlo. En el caso de la víctima, han de hacerlo otros en su lugar. El que deja de jugar, acepta la imperfección del mundo y no culpa a otros de esta, sabe que toma parte de ella.
Durante una buena parte del juego es probable que exista una sensación de normalidad y de que todos se encuentran en el papel que deben de estar, aunque eventualmente cualquier relación de manipulación y «necesidad» genera resentimiento.
El deseo de acusar a otro de lo que nos pasa o la confusión («¿qué está pasando aquí?») son grandes pistas para identificar la existencia de un juego de manipulación, así como el mantenimiento de una conducta pasiva (no hago nada o no lo hago de forma efectiva, no encaro el problema de la forma adecuada). La agitación suele ser una de esas «actitudes trampa» de la pasividad, que nos permiten dejar de pensar en el problema mientras aliviamos el malestar consumiendo energía de forma aparentemente activa.
Cómo dejar de jugar
Para dejar de jugar, primero uno se da cuenta de que está jugando en uno de los papeles identificados y decide parar en seco, con humildad, aunque sienta culpa. La culpa del adulto se asume, no se utiliza como cebo para jugar, es la emoción ancestral incomprendida que nos indica que nos hacemos independientes, y eso es lo que nos toca. Si seguimos a la culpa, no crecemos y la vida no fluirá.
- Cuando uno se da cuenta de que ha jugado a ser «salvador», trabaja su independencia y permite que cada uno se haga responsable de su vida (hijos, pareja, compañeros de trabajo…), sin asumir responsabilidades que no le corresponden y que menosprecian la autonomía de un tercero. Respeta las habilidades de los demás para pensar por ellos mismos y actuar de acuerdo a su propia iniciativa.
- Cuando uno se da cuenta de que ha jugado como «víctima», se enfrenta a su vida con los recursos de los que dice carecer. No es real, todo adulto los tiene, a no ser que siga siendo un niño…
- El perseguidor ha de darse cuenta de que ha dejado el rol de víctima tiempo atrás y de que su rabia le dará los suficientes motivos para seguir luchando contra todo lo que se le ponga delante, sin paz, jamás. La violencia o las agresiones verbales, el ruido y la queja le protegerán de sentirse rechazado, pero su vida solo descansará cuando lo acepte y deje de jugar.
En cualquier rol se han excluido áreas enteras de recursos adultos propios, así como de recursos adultos de los demás que han de reincluirse y darse por supuestos.
Dejar de jugar suele confundirse con cambiar de papel. Por ejemplo, aquel que se da cuenta de que ha jugado a ser víctima con un perseguidor, pasa a querer hacerle pagar por lo vivido, siguiendo atrapado en el conflicto… El cambio de roles es algo muy habitual en nuestros juegos.
En la misma línea, un salvador, que suele hacer aquello que no quiere o más de lo que le corresponde para sentirse necesitado, cuando descubre el desgaste emocional de haberse extralimitado y elige dejar de jugar, podría pasar a ser la víctima y su víctima a ser su perseguidor, pues la anterior víctima no comprenderá por qué su anterior salvador se desentiende de sus problemas y le cebará para que pique a seguir jugando. Es corriente que, cuando uno quiere dejar de jugar, esto enfade al jugador que quiere seguir jugando.
Para dejar de jugar, uno ha de aprender a expresar sus auténticos sentimientos y deseos al otro sin censura, sin mensajes secretos, aceptando su parte de responsabilidad y sin culpar únicamente a la otra parte del resultado.

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