«Leer la mente» de los que te rodean no es un superpoder

Creemos que leemos la mente a los que nos rodean cuando sacamos conclusiones acerca de los sentimientos, pensamientos o intenciones de terceros, aún sin haberlos verificado con la persona a la que presuponemos conocer como si se tratase de nosotros mismos.
Las siguientes frases son ejemplos de «mentalismo» cotidiano, una práctica de lo más habitual entre los seres humanos:
«Mi jefe no me respeta».
«Mi novio me va a dejar».
«No le gusto a mi cuñado».
«Sé que no te apetece nada mi plan».
Se trata de conclusiones precipitadas que vinculamos a un comportamiento, o a la ausencia de comportamiento, al que damos un significado totalmente personal, ignorando partes completas de la realidad y presuponiendo que todos piensan y sienten como nosotros lo hacemos.
Por ejemplo, levantar una ceja, falta de contacto visual, expectativas de que la gente actúe de este u otro modo, etc. nos llevan a juzgar a los demás según el significado personal que hayamos almacenado para ese tipo de conductas, el cual podría no tener nada que ver con el significado que le da la persona que tenemos en frente.
Este tipo de patrón lingüístico genera una gran cantidad de dificultades en las relaciones y resulta muy frecuente en personas que, a modo espejo, también esperan que los demás sepan lo que piensan o sienten, sin que tengan que comunicarlo.
Cuando te descubras sacando conclusiones acerca de lo que otros piensen o sientan, recuerda que estás asumiendo que sabes lo que ocurre en la mente y el corazón de la persona que tienes enfrente y que, alternativamente, podrías preguntarle de forma específica acerca de una situación particular.
Podrías decir algo como:
«Si lo he entendido bien, ¿lo que quieres decir es que…?».
Reúne toda la información posible del mundo exterior antes de recurrir a un pensamiento interior propio que te meta en problemas mientras distorsionas la realidad inconscientemente.
Si, por el contrario, es tu interlocutor quien saca conclusiones precipitadas acerca de ti, reta su suposición con preguntas como las siguientes:
A: «Sé que no te apetece nada mi plan y que estarías más feliz quedándote en casa».
B: «¿Qué has visto en mi comportamiento que denote desgana?».
A: «Tu expresión y las cejas levantadas».
B: «Estaba mirando si iba a llover…».
A: «Mi jefe no quiere ascenderme».
B: «¿Cómo lo sabes?».
A: «Porque no me convoca a reuniones personales».
B: «No agenda reuniones personales con nadie desde hace tiempo».
A: «Sé que no me estás diciendo la verdad».
B: «¿En qué te basas para decir eso?».
A: «En que no me has mirado a la cara».
B: «Asumir que no mirar es igual que mentir es reducir notablemente el mundo a tu alrededor».

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