Lenguaje eficaz para motivar a los niños a salir de una situación indeseada

Todos somos capaces de influenciar mediante el uso del lenguaje. Existen cientos de estrategias que los buenos comunicadores, mediadores, comerciales o profesionales del Marketing aprenden para obtener el resultado deseado de sus interlocutores, habitualmente la venta o, sencillamente, la manipulación (prensa amarilla, liderazgo paternalista, etc.).
En el caso de la educación no es diferente. Los padres y profesores influenciamos a nuestros hijos a través del uso del lenguaje, incluso cuando no somos conscientes de ello, pero no es un área que se encuentre particularmente documentada, por lo que, a continuación, compartiré una tabla en la que te muestro algunas de las técnicas de comunicación influyentes que utilicé en su día con adultos y que posteriormente adapté (prueba y error) a las necesidades de nuestro hijo, con quien las usamos satisfactoriamente.
El objetivo, en este caso, es conseguir que una situación indeseada (falta de autoestima, negación reiterada, prevención de accidentes, etc.) se transforme en una actitud positiva basada en la cooperación y en la atención, partiendo de la base de que no creo que exista (o deba buscarse) la perfección en la educación y de que cada padre lo hará lo mejor que sepa en cada momento de su vida.
Situación indeseada | Lenguaje influyente |
«No lo entiendo», «no puedo», «no sé hacerlo» y similares expresiones con las que se bloquean y deciden que no son capaces de hacer algo de antemano.
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Añado la palabra «todavía» a cada una de esas frases: «no lo entiendes, todavía», «no puedes, todavía», «no sabes hacerlo, todavía», explicándole, la primera vez, que aprender algo requiere práctica. Acompaño esta técnica de frecuentes refuerzos de su autoconfianza e identidad, comunicando que es amado (tal y como es, pase lo que pase), que lo hace bien tan solo por pasar a la acción y que los errores forman parte de la experiencia. |
Suele ocurrir que los niños tienen vergüenza a la hora de explicarnos situaciones fuera de lo común que hayan podido ocurrir cuando los padres no estábamos presentes, por ejemplo en el colegio. En este caso, la situación indeseada sería la ausencia de información o la negativa de los niños a responder a nuestras preguntas directas como «¿qué ha pasado?», «¿cómo te has hecho ese moratón?» y similares. | En este caso, utilizo preguntas encubiertas, las cuales hacen que, habitualmente, responda sin sentirse en un tercer grado. Frases como «Tengo curiosidad por saber si ha pasado algo especial en el cole» o «me pregunto qué habréis comido hoy», son una forma amable e indirecta de recabar información sin que se niegue a proporcionármela. |
Responder con un «no» cada vez que se pide directamente que realicen una de sus tareas habituales.
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En aquellos casos en los que obtenía un «no» con regularidad a órdenes directas como «por favor, lávate los dientes», ahora utilizo presuposiciones como «¿prefieres lavarte los dientes antes o después de recoger la mesa?». Es decir, la pregunta presupone que se va a lavar los dientes y también a recoger la mesa, con lo que el niño elige simplemente por cuál prefiere comenzar, sin darle demasiadas vueltas. La primera vez que lo utilicé y me respondió «lavarme los dientes» frente a sus habituales «no», ¡simplemente no podía creerlo! |
«No corras», «no hagas eso», «no juegues con ese plato, que se romperá», «si sigues haciendo aquello, habrá consecuencias» y similares «amenazas» cuando están haciendo algo que no queremos que hagan, por ejemplo a la hora de prevenir accidentes.
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Aparto la atención de lo que no quiero y me centro en lo que quiero con órdenes positivas, evitando la palabra «no», que tiene un efecto mágico para que el cerebro del niño la ignore y se centre exactamente en lo que no quiero que haga. Por ejemplo, «camina despacio» (en vez de «no corras»), «juguemos con la pelota, que es más divertido» (en vez de «no juegues con ese plato, que se romperá»), etc.
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Cuando lloran cerrando los ojos y se «atascan» en esa emoción sin fin.
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Cuando nuestro hijo cierra los ojos para llorar, le pido calmada pero insistentemente que los abra y me mire y, cuando lo consigue, la situación se va relajando con cierta agilidad hasta que se tranquiliza. Yo lo hago también cuando me bloqueo con alguna emoción que me hace «dejar de mirar»y viajar a un momento que ya no existe. Abrir los ojos ayuda a mantenerse en el momento presente y a no empeorar el estado interno. |
Además de los ejemplos anteriores, es muy común que los padres de hoy en día nos frustremos cuando nuestros hijos no responden a nuestras indicaciones «amorosas» (e indirectas) a la primera, normalmente formuladas a través de preguntas como la siguiente:
«Amorcito, ¿te pones los zapatos, por favor?».
El niño obtiene una pregunta para lo que debería ser una orden porque, si quiero que mi hijo se ponga los zapatos, ¿por qué formulo una pregunta? Una situación así se podría prolongar indefinidamente con nuevas preguntas como «¿por qué no te has puesto los zapatos todavía?» (el niño se centrará en los porqués…), «¿cuántas veces tengo que pedirte que te pongas los zapatos?» (el niño pensará en el número de veces…), «¿por qué te has puesto a jugar con la cuerda si tenemos que salir al cole?» (el niño sufrirá un cortocircuito…).
En la comunicación en la que una persona se encuentra en una posición de autoridad, las preguntas confunden al oyente, aunque intentemos con ellas ser agradables. Si quieres que alguien haga algo ¡sé preciso!, no es incompatible con ser amable. Por ejemplo, podrías decirle «ponte los zapatos, por favor, que salimos ya para el cole». Y, si obtienes un «no» de forma recurrente, inténtalo con una presuposición como la que te indicaba en la tabla superior. Esto debería funcionar al menos hasta que se hagan adolescentes 😉.
Pero, sobre todo, evita frustrarte, elevar el tono de voz y gritar si quieres obtener mejores resultados. La efectividad de la comunicación no solo se compone de palabras y un tono violento reiterado podría ser todo lo que necesitan para convertirse en analfabetos emocionales.

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