Hablemos de la actitud «mi padre es un narcisista» (y por ello soy un «adulto roto»)

Hablemos de la actitud «mi padre es un narcisista» (y por ello soy un «adulto roto»)

Aprender a mirar a los padres más allá de la memoria selectiva no es fácil, especialmente cuando uno recurre a etiquetas como «narcisista» o «maltratador», encontrándose atrapado por la dimensión emocional de un pasado conflictivo que le impide ver a uno o a ambos padres por lo que realmente son: aquellos que le dieron la vida.

Lo paradójico de esta actitud es que es precisamente esa etiqueta, que ha aceptado para encontrar sentido a su pasado, será la que impedirá la libertad a aquel que se aferre a ella y, probablemente, este gesto le impida también saborear la estabilidad y el amor propio (conflictos de identidad, pertenencia, depresión por «vacío» de padre, etc.), al no ser capaz de aceptar una parte (o a ambas) de su propia naturaleza.

Es sorprendente que, en muchas ocasiones, sean los mismos profesionales de la ayuda los que, con su mejor intención, lancen este tipo de términos cargados de juicio al universo, pues favorecen que el «afectado» se aferre al estado víctima y que, inconscientemente, se mantenga atrapado por su pasado y en la inacción, sintiendo que la única alternativa que le queda es vivir un ataque encubierto de por vida hacia su origen, lo cual justificará todas sus carencias y le mantendrá en estado defensivo con todos los que le rodeen.cómo establecer objetivos

Puede que, durante una buena cantidad de años, sea una actitud manejable y que «explique» muchas cosas que no se entendían hasta que una etiqueta las simplificó pero, tarde o temprano, la energía dedicada a culpar a nuestros padres y a negar nuestro origen, lo hará insostenible.

Por eso, te contaré lo que la filosofía sistémica de las relaciones me enseñó acerca de la mirada hacia el pasado y, concretamente, hacia los padres (biológicos o no, conocidos o no, etiquetados o no…), una mirada que ayuda a abandonar la lucha y a encontrar la paz interior, iniciando un camino vital y adulto en el que somos los únicos dueños de nuestros pasos, haya pasado lo que haya pasado…

¿Cómo aceptar a los padres que consideramos «difíciles»?

Fundamentalmente con las siguientes actitudes:

  • aceptar que todo fue como tuvo que ser.
  • elegir agradecerles la vida.

La filosofía sistémica recomienda aceptar a los padres «difíciles» desde una dimensión existencial o filosófica, es decir, no emocional, renunciando a la rabia, al rencor, a la reivindicación y mirando a esos padres, única y exclusivamente, como los que nos dieron la vida. Con esto en mente, no importa lo que haya pasado después, que es secundario a que «yo existo», secundario a que «estoy vivo».

«Gracias por la vida, lo que me diste fue suficiente, de lo demás me encargo yo» – Bert Hellinger.

Podríamos decir que es una forma de aceptar nuestra identidad biológica y agradecer incondicionalmente la vida a esos «padres imperfectos» o progenitores biológicos, pues las emociones del pasado se independizarían de la relación con el concepto «padre» y «madre» y, por tanto, dejaríamos de negarnos a nosotros mismos.

Además, aceptar que todo fue como tuvo que ser nos ayuda a renunciar a seguir dándole vueltas al pasado, recuperando la fuerza para estar cada vez más presentes y adoptando una mirada compasiva hacia la historia de dificultades y carencias de aquellos que nos resultan difíciles, que lo hacen lo mejor que lo pueden hacer en cada momento.

Mi mantra, como alternativa a señalar con el dedo, fue:

«Así fue. Todo fue como tuvo que ser. Ahora he crecido. Le doy las gracias a todo lo que pasó por lo que me haya podido enseñar, aunque no entienda, y lo dejo marchar. Ahora tengo las herramientas para poder con lo que me toca.”

Elige a tu «bueno por conocer»

No podemos cambiar nuestro pasado ni a las personas que forman parte de este, pero sí podemos elegir responsabilizarnos de nuestra vida en el presente.

En muchas ocasiones, nuestra mirada hacia los padres estará llena de expectativas de madre y padre ideal, una mirada con la que solo idealizamos su figura. Esto hará imposible que lleguemos a amarlos tal y como son, imperfectos y humanos, igual que nosotros…

Es un proceso lento, pero esencial para llegar a sentirnos más ligeros emocionalmente, despejando también el camino para nuestros hijos, quienes, alternativamente, nos harán de espejo para mostrarnos todo aquello que rechazamos, también de nuestros padres.

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