El día que comprendí que la dulcificación de la vida y el “positivismo” me impedían ser feliz

El día que comprendí que la dulcificación de la vida y el “positivismo” me impedían ser feliz

El positivismo  se sustenta en la creencia de que hay que negar lo “malo”, oponiéndose al 50% de lo que vivimos (inseguridad como polaridad de confianza, arrogancia como polaridad de humildad, dureza como polaridad de ternura, rebeldía como polaridad de obediencia, enfermedad como polaridad de salud, guerra como polaridad de paz, etc.).

Es una romántica filosofía de vida que promulgan numerosos líderes espirituales y profesionales de la ayuda a cambio de un desarrollo personal que nos permitirá alcanzar la “eterna paz interior”, si somos lo suficientemente “positivos” como para invalidar lo negativo, desaprobando cualquier sentimiento o emoción que nos perturbe.

Pero lo anterior trae consigo un considerable problema, que yo experimenté durante años sin saber que estaba siendo precisamente la dulcificación que tanto anhelaba “programar” en mi cerebro la que lo estaba causando. Y el problema es que, centrarse solo en lo positivo y negar / reprimir / ocultar lo negativo, genera una titánica lucha interior y exterior que hace imposible la paz. Una lucha que impide el fluir natural en proporción directa a la negación que hayamos llevado a cabo, precisamente para hacernos conscientes de la necesidad de integrar lo que estamos rechazando, para hacernos conscientes de que ambas polaridades se necesitan.

El comportamiento oscilatorio (experimentar lo “bueno” y lo “malo”) es natural. Como energía, todo lo que nos rodea existe precisamente por sus dos fases opuestas y oponerse, negar o invalidar la fase negativa (lo cual nada tiene que ver con reenfocar el lado positivo de las cosas como actitud vital), es lo mismo que negar la vida y esa lucha no solo resulta totalmente inútil, sino también perjudicial.

Una vida de lucha contra “lo malo”

La lucha no es una necesidad, sino una creencia muy limitante que algunos llevan hasta la muerte, particularmente cuando se trata de una lucha con uno mismo.

Yo luché durante mucho tiempo en contra de las polaridades negativas (las mías, las ajenas a mí….), con mucho miedo por ser yo misma y desencajar.

Acostumbrada a moverme en ambientes en los que no me podía permitir ser yo misma y sin cuestionarme que podrían existir otros “buenos por conocer”, fingía ser lo que no era, hacía cosas que no me apetecía y reprimía emociones con todas mis fuerzas para aparentar una perfección emocional imposible. Buscaba una normalidad que eludía el 50% de la vida y aquello me hacía permanecer en un estado de depresión continuo que no acababa de comprender, creyéndome profundamente defectuosa, una creencia que lo empeoraba todo.

Por entonces luchaba de forma constante para levantarme. Y, con tanto esfuerzo, claro que conseguía subidas puntuales, pero eso hacía que las bajadas fuesen proporcionales, empeorando profundamente, cuando ocurrían, tanto mi estado interior como mi realidad exterior.

Aquellos altibajos tan extremos me mataban… Además, cuando me encontraba en la subida, todo era… efímero y había dedicado tanta energía a subir que me resultaba imposible disfrutarlo.

Si los positivistas conseguían sentirse bien repitiéndose que “la vida es bella”, ¿por qué seguía yo cayendo, una y otra vez?  No lo comprendía, pero con cada caída me decía: “yo puedo con todo”, “esto no me va a pasar a mí”, “lo que ocurre es que estoy mal en el trabajo (o cualquier otra justificación)”, etc.

Y, cuando pasaron los suficientes años de lucha, lo que negaba se mostró de forma acumulada a través de una depresión que se apoderó de todas y cada una de mis células y me tumbó, para que me rindiese a verla. Gracias a la ciencia moderna, ahora sé que lo que me pasaba era algo natural y que no era defectuosa, ¡así funciona la energía!

Curarse con rendición, aceptación y reconciliación

Tuve que sentir que tocaba fondo para rendirme, abandonar la lucha y abrirme a abrazar mi depresión (con todo lo que aquello conllevó). Con la rendición, me abrí también a la idea de que la clave para estar en paz y acercarme a la armonía no era la de negar lo que es natural o cubrirlo de azúcar, sino la de aceptar mirar la vida como es, con valentía, sin intentar deshacerme de los negativos, ni en el ambiente, ni en los demás, tampoco en mí misma.

Entonces me acepté como un conjunto de polaridades y mi estado de ánimo cambió en apenas unos meses: yo era lo “bueno” y lo “malo” que había en mí, lo masculino de mi padre y lo femenino de mi madre, la víctima y el verdugo, etc. Me reconcilié con la vida, me reconcilié conmigo misma, me atreví a ser diferente y me abrí a amar lo diferente y a los diferentes a mí.

El trabajo de rendición y reconciliación continúa, a cada paso que doy… y precisamente creo que son esas dos actitudes, y no el positivismo, las únicas que nos permiten sentirnos bien en nuestra piel y con lo que nos rodea, como alternativa a hacernos ermitaños o a medicarnos de por vida mientras nos aislamos de la realidad (al menos hasta que una nueva crisis nos pida regresar).

Ahora sé que mis polaridades son perfectamente naturales y compatibles. Yo soy mis luces y mis sombras. No tengo que negar aspectos de mi personalidad o de la personalidad de los demás que no me gustan, pues me estaría negando a mí misma y a la vida tal como es. Soy imperfecta como la vida misma y los demás, cada uno de ellos, es como puede ser.

“Me doy cuenta de que si fuera estable, prudente y estático viviría en la muerte. Por consiguiente, acepto la confusión, la incertidumbre, el miedo y los altibajos emocionales, porque ese es el precio que estoy dispuesto a pagar por una vida fluida, perpleja y excitante”; Carl Rogers.

Uno no elige experimentar o no las polaridades negativas. Por tanto, sé que seguiré subiendo y bajando, porque soy humana y es lo que toca. La diferencia es que ahora acepto esos altibajos con armonía, lo cual ha marcado un antes y un después en mi vida.

Ahora aprendo de lo que cada bajada me quiere mostrar y le digo a lo que llega: “Sí, así es. Sí, aunque no entienda” (a todo lo que me cuesta aceptar, a lo que me enfada o me da miedo…), integrando esa polaridad negativa, haya tomado esta la forma que haya tomado (una persona que me disgusta, una emoción que me avergüenza, un acontecimiento “despreciable” que no quiero asumir, una expareja, etc.) con humildad y abierta a la idea de que algo nuevo vendrá si no me opongo, abierta a la idea de que, gracias a la fase negativa, surgirá la fuerza de la positiva  y se creará algo nuevo. Este podría ser un buen resumen de lo que significa para mí “crecimiento personal”.

No es sencillo. La fase negativa es exigente y eso no se puede dulcificar. Nos pide que renunciemos a ideales, expectativas, creencias que ya no funcionan. Sin juicio, aceptando a todo y a todos por igual. Es un gran paso…

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