La dulcificación de la vida y el «positivismo» son una trampa

El positivismo se sustenta en la creencia de que hay que negar lo «malo», oponiéndose al 50% de lo que vivimos (inseguridad como polaridad de confianza, arrogancia como polaridad de humildad, dureza como polaridad de ternura, rebeldía como polaridad de obediencia, enfermedad como polaridad de salud, guerra como polaridad de paz, etc.).
Es una romántica filosofía de vida que promulgan numerosos líderes espirituales y profesionales de la ayuda, a cambio de un desarrollo personal que nos permitirá alcanzar el ansiado nirvana si somos lo suficientemente «positivos» como para invalidar lo negativo y desaprobar cualquier sentimiento o emoción que nos perturbe.
Pero lo anterior trae consigo un considerable problema, y es que, centrarse solo en lo positivo y reprimir / ocultar lo negativo, genera una titánica lucha interior y exterior que imposibilita la paz. Una lucha que impide el fluir natural en proporción directa a la negación que hayamos llevado a cabo, precisamente para hacernos conscientes de la necesidad de integrar lo que estamos rechazando, para hacernos conscientes de que ambas polaridades se necesitan.
El comportamiento oscilatorio de la vida (experimentar lo «bueno» y lo «malo») es natural. Como energía, todo lo que nos rodea existe precisamente por sus dos fases opuestas y oponerse o invalidar la fase negativa (lo cual nada tiene que ver con reenfocar el lado positivo de las cosas como actitud vital), es lo mismo que negar el 50% de uno mismo, y esa lucha no solo resulta totalmente inútil, sino también perjudicial.
La lucha no es una necesidad, sino una creencia muy limitante que algunos llevan hasta la muerte, particularmente cuando se trata de una lucha con uno mismo. Con tanto esfuerzo, claro que experimentaremos subidas, pero las bajadas serán proporcionales. Y, cuando estemos arriba, habremos gastado tanta energía en subir que será muy difícil disfrutarlo.
Curarse con rendición, aceptación y reconciliación
Solo el que toca fondo se rinde y abandona la lucha, descubriendo que la clave para estar en paz y acercarse a la armonía no es la de negar lo que es natural o cubrirlo de azúcar, sino la de aceptar mirar la vida como es, con valentía, sin intentar deshacerse de los negativos, ni en el ambiente, ni en los demás, tampoco en sí mismo y, a pesar de su rendición, seguir en la acción (no se trata de resignarse…).
El trabajo de rendición y reconciliación será lento, pero son estas dos actitudes y no el positivismo las que nos permiten sentirnos bien en nuestra piel y con lo que nos rodea, como alternativa a hacernos ermitaños o a medicarnos de por vida mientras nos aislamos de la realidad (al menos hasta que una nueva crisis nos pida regresar).
Al censurar áreas completas de nosotros mismos o de otras personas, porque las consideramos «negativas», tan solo concedemos reconocimiento parcial a esas personas o a nosotros mismos…
Yo soy mis luces y mis sombras. Yo soy lo «bueno» y lo «malo» que hay en mí, lo masculino de mi padre y lo femenino de mi madre, la víctima y el verdugo… Mis polaridades son perfectamente naturales y compatibles. No tengo que negar aspectos de mi personalidad, o de la personalidad de los demás, que no me gustan, pues estaría negando la vida tal como es. Soy imperfecta como la vida misma y los demás, cada uno de ellos, es como puede ser.
«Me doy cuenta de que si fuera estable, prudente y estático viviría en la muerte. Por consiguiente, acepto la confusión, la incertidumbre, el miedo y los altibajos emocionales, porque ese es el precio que estoy dispuesto a pagar por una vida fluida, perpleja y excitante»; Carl Rogers.
No es sencillo. La fase negativa es exigente y eso no se puede dulcificar. Nos pide que renunciemos a ideales, expectativas, creencias que ya no funcionan. Sin juicio, aceptando a todo y a todos por igual, aprendiendo de lo que cada bajada nos muestra y diciéndole «sí, así es. Sí, aunque no entienda».
Todo lo que nos cuesta aceptar, lo que nos enfada o nos da miedo…, nos pide ser integrado como polaridad negativa, haya tomado esta la forma que haya tomado (una persona que me disgusta, una emoción que me avergüenza, un acontecimiento «despreciable» que no quiero asumir, una expareja, etc.) con humildad y abiertos a la idea de que algo nuevo vendrá si no nos oponemos, abiertos a la idea de que, gracias a la fase negativa, surgirá la fuerza de la positiva y se creará algo nuevo…
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