Cómo aprender a poner límites cuando sientes el “deseo” de dar más de lo que deberías

Cómo aprender a poner límites cuando sientes el “deseo” de dar más de lo que deberías

Hasta que me hice consciente de mi dificultad adulta para poner límites, a los demás y a mí misma, me dejaba llevar muy frecuentemente por comportamientos codependientes con los que acababa más vinculada a las necesidades de los demás que a las mías propias que, ya que salen a escena, desconocía por completo.

Es lo que pasa cuando no dedicas tiempo a conocerte y te dejas “llevar por la vida”, quizás buscando encajar o ser reconocido de la única forma que sabes (lo que habitualmente pasa por dar más de lo que se te pide) o, tal vez, respondas a la creencia de que tener fronteras es antisocial, o una desvergüenza solo apta para indiferentes ante los demás, o que “los de tu clase social” no pueden permitirse decir “no” a nadie, mucho menos en el ámbito laboral.

Sea cual sea la causa que a cada cual le haya impedido comprender y adoptar límites en su vida, resulta que uno tiene el derecho esencial de establecer fronteras y este es un paso imprescindible para alcanzar el bienestar emocional, aunque se trate del ámbito laboral y te parezca que dejar de aceptar “lo que no te corresponde” te perjudicará.

Pero en este artículo no quiero centrarme particularmente en los límites a mantener cuando te piden más de lo que estás dispuesto a dar en el trabajo, sino en aquellas situaciones genéricas en las que uno se extralimita ofreciendo ayuda, solicitada explícitamente o no, a otro. Es decir, cuando surge la necesidad de ponerse límites a uno mismo y de marcar la diferencia entre ayuda y apoyo incondicional.

Dejarse llevar por el sufrimiento ajeno con un “deseo” de ayudar indómito en acontecimientos ordinarios, responde a una extraña adicción colectiva que hace que muchos vivan inmiscuyéndose constantemente en las vidas de los demás. Un ofrecimiento aparentemente genuino y desinteresado que, al menos superficialmente, se interpreta como positivo (“mira qué bueno soy, cuánto empatizo” versus “qué frívolo es, pasa de todo, es como un témpano de hielo”).

Pero, en el fondo, cuando buscamos salvar a los demás (o que nos salven), no estamos bien con nosotros mismos y, al final del día, mucho más allá de esa primera impresión, lo que buscamos inconscientemente es que nos agradezcan nuestra entrega. Por tanto, extralimitarse en la ayuda genera necesariamente frustración, pues sentirás que das más de lo que deberías y que no eres agradecido del mismo modo, encontrándote agotado y también vacío, sin disfrute.

No importan todas las buenas intenciones que te inventes para justificar tu comportamiento de forma consciente (yo tenía una buena docena), si estás en esta situación, te habrás desviado del camino hacia tu amor propio y habrás pasado a tomar parte en el maravilloso triángulo dramático de Karpman (al que prometo dedicar un artículo en sí mismo), adquiriendo el rol de “salvador” que, a pesar de su nombre aparentemente #muymolón, conlleva un gran desgaste emocional y cero beneficios prácticos.

Cuando te posicionas en el rol de salvador, automáticamente y sin excusa, la otra persona (hijos, pareja, compañeros de trabajo, vecinos, etc.) pasa a posicionarse en el rol de víctima (al menos inicialmente, porque Karpman nos dejó un buen drama rotativo para el autoestudio de cada cual), desentendiéndose de todo compromiso o responsabilidad con lo que le toca y haciéndote cargo de ello. Poco práctico, ¿verdad?

Extralimitarse con pareja e hijos

Con los hijos este rol se lleva al extremo, ofreciendo una ayuda que no es saludable para ninguna de las partes. El mejor regalo que les podemos hacer a esos adultos en potencia no es dárselo todo hecho (quizás buscando saciar nuestro propio miedo al fracaso), sino “dejar de darles” con amor, para que aprendan a ser independientes y a gestionar la frustración de no tener todo lo que desean, una emoción que definitivamente llegará si se lo hacemos todo a todas horas (“ya me encargo yo hijo”).

Además, rectificando nuestro comportamiento “desinteresado”, les estaremos enseñando la importancia de no aceptar problemas que no les correspondan (difícil educar en límites si un padre carece de ellos…).

Con la pareja ocurre algo similar, pero incluso más dramático, porque adoptar el rol de madre-hijo / padre-hija (y sus respectivas adaptaciones gays) con quien te acuestas, no suele llegar a buen puerto 💪. Aquí cada cual que analice su caso para saber si existe equilibrio en el dar y recibir o simplemente se extralimita, quizás sintiéndose obligado a hacer cosas que no le apetece para forjarse una imagen propia de “mujer bondadosa” o de “padre protector”, etc.

En cualquier caso… ¡Hay esperanza!

A mí me ayudó a salir de esta espiral, primero tomar conciencia de mi actitud y de que esta, en el caso de las relaciones con nuestro hijo, estaba generando exactamente lo contrario a lo que deseaba (protegerle, cuidarle versus restringir sus recursos para enfrentarse a situaciones reales con autonomía, causarle intolerancia a la frustración, etc.) y segundo elegir confiar en sus recursos innatos (aquellos que favorecen su desarrollo y crecimiento óptimos) y cambiar mi comportamiento, lo cual también me ayudaría a mí a hacerme cargo de mis propias necesidades.

Y cada vez que sentía que lo iba a hacer de nuevo, notando en mi interior el deseo irrefrenable de dar de más, quizás respondiendo a una petición inconsciente del otro a que me encargase de sus problemas, me centraba y respondía con frases como:

Estoy segura de que lo harás perfectamente tu solo.

Estoy segura de que serás capaz de encontrar la solución perfecta por ti mismo.

Ten confianza en que tienes las herramientas internas que necesitas para hacer frente a esto.

(y adaptaciones similares)

Es duro, hay casos en los que te gustaría salvar al otro de lo que fuese, pero eso os inhabilitaría a ambos, aunque en la superficie parezca exactamente lo contrario. Y con este tipo de frases, no solo te pones tu lugar adulto, sin perder la individualidad de ambas partes (recuerda: ayuda versus apoyo incondicional) sino que, además, le recuerdas al otro un mensaje muy sano y muy poco frecuente hoy en día: vive tu propia vida. Eres fuerte para superar el problema que te propongas y tienes las herramientas necesarias para hacerlo. En realidad, solo te necesitas a ti, aunque todavía no lo sepas 😉.

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